sábado, 29 de agosto de 2015

ELLA, EL ACTO Y LOS MUNDOS

Por esas cosas de la vida, como la suerte (buena o mala) y la fecundación, entre otros mambos a parte que les tocó a mis padres, es que llegué prematuramente a sus vidas y prematuramente tuvieron que trabajar (mi papá) y terminar sus estudios en el nocturno (mi mamá). Esto último implicó mi presencia y andanzas en “LA institución de mi vida”, también prematuramente, la escuela.
En la escuela fue que la conocí. Ella me trataba muy bien, me complacía y parecía rogarle a mi madre, de la cual además de su profesora se hizo amiga, que la dejara compartir cosas conmigo. Supongo que un poco ahí me contagió el gusto por otros mundos. Libros, juguetes y otras mañas.
Un día hasta me vistió de ángel, un ángel blanquísimo de pelos largos, vestido y flores. No era cualquier día, era el “gran día” para ella, que no sé por qué pero estaba apurada por ser grande, aunque tendría menos de un cuarto de siglo. Y ahí estuvimos de sermones, fiesta y confites, yo como siempre me tomaba muy en serio mi papel, esa vez me tocó de ángel por un día.
Hubo otro gran día, el del egreso de mi mami del secundario, pero ahí vestía yo de rojo, mi madre de tacos (porque también se hacía la grande), ella de capelina, nos abrazamos las tres con un papel en la mano y emocionadas de ya no vernos en las aulas.
Luego me tocó encontrarla ya en los últimos años de mí secundario, el tiempo nos pasó pero no llegábamos ni a mitad de camino aún. Fue mi profesora, siguió inculcándome ese gusto por otros mundos, no solo por animarse a esos mundos, sino por transformar este, inculcando el “subversivo acto” que es leer. Y si, ahí se me iban asomando esas ideas insolentes, más cuestionadoras que no se qué. La mocosa tenía más cosas que decir que Sábato en “Resistencia”.
Así como un día ella me eligió para “su gran ocasión”, yo también la elegí. Y de nuevo, pero 13 años más tarde, nos encontramos emocionadas con papel en mano, despegando, viendo si me hacía la grande o qué.
Bueno, resulta que tan grande no era, porque los tiempos cambiaron… Pero después de varios años, ya haciéndome la grande de verdad, digo, viviendo “sola”, resulta que somos casi vecinas. Y adivinen qué hay cerca de casa, la biblioteca más grande de la ciudad, a la que siempre miro con asombro, en una esquina en la que de vez en cuando nos cruzamos, un lugar al que nunca fui.
Solemos seguir nuestras mañanas y nuestras tardes, mirar las postales de nuestras panorámicas nostálgicas, vaya a saber por qué, conocernos, saber cómo andamos de ánimos, admirar nuestras plantas, leernos cuando hacemos las veces de escritoras y esas cosas que permiten las redes sociales hoy. Sin embargo no nos vemos mucho.

Hoy si la vi. ¿Saben a dónde? Bueno, LA institución. Nos juntó de nuevo. Sonrisas circularon y ella con su complicidad, como esa que me hacía zafar de algún reto o capricho, me dejó una sorpresita en mi saco de grande, mi saco de señorita maestra. Antes de que supiera leer, ya sabía soñar y ella me sorprendía con letras, ella me deja siempre la sorpresita de un mundo por descubrir.

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