domingo, 1 de octubre de 2017

Guillermina, hasta siempre


Nunca hicieron falta las palabras para vos,
nunca nos hicieron falta para escucharte, menos para quererte.
Un torbellino de berrinches.
Tus ojos de irresistibles amor.
Las manos tan llenas de luz,
ese puño buscando complicidad a quién se acercara,
frunciendo la nariz, cerrando los ojos.
Aprendiendo a conocer, a compartir, a expresarte.
Enseñando a quién se detiene a verte con el corazón.
La vida no es solo un transcurrir de oxígeno, eso sí lo sabías, la peleaste.
Acá quedamos tus docentes, juntándonos los pedazos para seguir,
acá queda la más dulce Brisa agradecida de compartir con vos.
Ya te extrañamos, pero te llevamos dentro y ahí nadie muere.

viernes, 4 de agosto de 2017

El fin

En la esquina de las preguntas, esperando que el reloj dé dos minutos antes de la hora exacta, tiempo suficiente para caminar tranquila hasta la puerta psicoanalítica.
Pensaba si se termina, qué hay mas allá. Llega el momento de la pregunta "cuándo es el fin de un analisis?" y la respuesta viene así: "cuándo es el fin de un analisis?".
Anudarse a la vida, desalienarse, "desalinearse" dijo en un fallido. En un sentido es desalinearse, de lo impuesto y para sobrevivir contra la corriente y con la consciencia en los ojos es necesario este espacio en el que armo un rompecabezas o desarmo esas cosas que ME rompen la cabeza para construir una torre desalineada y treparla, mirar desde arriba el sol sin nostalgia cuando atardece y tirar las piedritas que llevo en el bolsillo.
"Nadie puede obligar a otro a crecer, nadie puede decirte hasta dónde crecer, hasta donde ver","yo te escucho desde un lugar", yo ya sé.
El lugar. Un sillón y detrás de él una enorme oreja pintada.
El lugar. Letras, literatura infantil, literatura revolucionaria, literatura "adulta", literatura psicoanalitica.
El lugar. Cabeza en el piso, patas arriba, columna alineada (necesariamente) , centro ajustado y así es como conseguís el equilibrio entre el todo y la nada y de paso cambias la perspectiva. 

Él, uno de esos "locos", que anda queriendo cambiar el mundo, de esos que caminan con las manos, con la cabeza en la tierra, con los sueños en al aire, creen que vuelan. 

La oreja, ahí entran dudas, conflictos, llantos, salen preguntas y buenas ideas. Malabares que ahuyentan fantasmas entre mate y poesía.
Ese es el lugar, esa es la oreja, este no es el fin.

miércoles, 29 de marzo de 2017

La espalda de una señorita


“Había una vez una niña muy valiente, era la que trepaba más alto los árboles, la única que se atrevía a salir cuando hasta las estrellas se ocultaban y la que hacía las preguntas más difíciles...Porque para ser valiente no basta con actuar distinto, también hay que pensar diferente.”
Vi esta frase en un dibujo de Chirimbote, me emocionó y me hizo recordar algunas cosas de mi infancia. Venía pensando en algo al respecto,  contradicciones  que he tenido a lo largo de mi vida y que surgen aún hoy en lo que refiere a lo que me gusta, lo que me hace bien y lo que se supone que “debo ser y hacer”.
Cuando era niña me encantaba trepar, trepaba árboles, paredones, pasamanos, cordeles, etc. Tenía mucha fuerza en los brazos, tenía marcados los músculos cuando apenas tenía 8 años, al pasar el tiempo  ganaba las pulseadas a todos los niños del grado, incluso a niños más grandes. Nunca faltaba quien me tildara de “machona” por mis cualidades de trepadora y esa fuerza que torcía  brazos. Está habilidad tuvo su repercusión en mi aspecto físico, mi espalda se ensanchó más de lo que en “una señorita normal”.
En mi pubertad y adolescencia fui jugadora de vóley, mi estatura es baja por lo que era líbero (la que recibe los pelotazos al fondo). Me gustaba ese lugar, el ardor de la pelota quemando mis antebrazos, los cuales se deformaron, en el brazo derecho mi músculo se hizo una bola más dura que una roca, que tardó años en volver a la normalidad.
Cada día la ropa, la publicidad y los hombres me hacen darme cuenta de que mi espalda es más grande de lo que se espera, algunos parecen intimidados al respecto. Otras personas parecen sorprendidas y a veces no sé si es un alago o algo despectivo: “¡Qué espalda!”, “¿Por qué tenés la espalda así?”
Luego de unos años sin actividad física comencé con la acrobacia aérea, por un momento pensé que ya era grande para empezar con algo nuevo, pero esas ganas de trepar seguían intactas, no era tan nuevo después de todo. Mi espalda sigue siendo ancha y mis brazos fuertes, mis piernas también lo son, ellas me han llevado a recorrer caminos en bicicleta sola, ahí donde solo hay estrellas u oscuridad, al bosque, a las montañas.
 Estoy muy lejos de parecerme a Alexa Moreno, la admirable gimnasta mexicana de 22 años que fue criticada en los juegos olímpicos de Río por su aspecto físico, a pesar de ser una genia en su disciplina. Sin embargo siempre pienso en ella, lo que le molesta a la sociedad no es solo que una mujer salga de la norma, sino que una mujer elija salirse. Y yo creo que si me dieran a elegir una espalda pequeña con el costo de ser una niña quieta, yo volvería a elegir mis alas, mis brazos, trepar tan alto como pueda. No cambiaría el placer que me da volar, sujetarme, elevarme, avanzar contra el viento en dos ruedas. Sentirme fuerte y libre vale más que el estereotipo que la sociedad me impone.
Los monstruos siempre están al acecho, pero les apuesto a que les gano una pulseada. Yo elegí volar, como Gokú y pedalear como El Ché,  andar haciéndole preguntas al mundo y revolucionarlo, maravillas que las "princesas" ni siquiera pueden soñar.
(Imagen: Antiprincesas/Chirimbote)