“Había una vez una niña muy valiente, era la
que trepaba más alto los árboles, la única que se atrevía a salir cuando hasta
las estrellas se ocultaban y la que hacía las preguntas más difíciles...Porque
para ser valiente no basta con actuar distinto, también hay que pensar
diferente.”
Vi esta frase en un dibujo de Chirimbote, me
emocionó y me hizo recordar algunas cosas de mi infancia. Venía pensando en
algo al respecto, contradicciones que he tenido a lo largo de mi vida y que
surgen aún hoy en lo que refiere a lo que me gusta, lo que me hace bien y lo
que se supone que “debo ser y hacer”.
Cuando era niña me encantaba trepar, trepaba
árboles, paredones, pasamanos, cordeles, etc. Tenía mucha fuerza en los brazos,
tenía marcados los músculos cuando apenas tenía 8 años, al pasar el tiempo ganaba las pulseadas a todos los niños del
grado, incluso a niños más grandes. Nunca faltaba quien me tildara de “machona”
por mis cualidades de trepadora y esa fuerza que torcía brazos. Está habilidad tuvo su repercusión en mi
aspecto físico, mi espalda se ensanchó más de lo que en “una señorita normal”.
En mi pubertad y adolescencia fui jugadora de
vóley, mi estatura es baja por lo que era líbero (la que recibe los pelotazos
al fondo). Me gustaba ese lugar, el ardor de la pelota quemando mis antebrazos,
los cuales se deformaron, en el brazo derecho mi músculo se hizo una bola más
dura que una roca, que tardó años en volver a la normalidad.
Cada día la ropa, la publicidad y los hombres
me hacen darme cuenta de que mi espalda es más grande de lo que se espera,
algunos parecen intimidados al respecto. Otras personas parecen sorprendidas y
a veces no sé si es un alago o algo despectivo: “¡Qué espalda!”, “¿Por qué
tenés la espalda así?”
Luego de unos años sin actividad física comencé
con la acrobacia aérea, por un momento pensé que ya era grande para empezar con
algo nuevo, pero esas ganas de trepar seguían intactas, no era tan nuevo
después de todo. Mi espalda sigue siendo ancha y mis brazos fuertes, mis
piernas también lo son, ellas me han llevado a recorrer caminos en bicicleta
sola, ahí donde solo hay estrellas u oscuridad, al bosque, a las montañas.
Estoy
muy lejos de parecerme a Alexa
Moreno, la admirable gimnasta mexicana de 22 años que fue criticada en los juegos
olímpicos de Río por su aspecto físico, a pesar de ser una genia en su
disciplina. Sin embargo siempre pienso en ella, lo que le molesta a la sociedad
no es solo que una mujer salga de la norma, sino que una mujer elija salirse. Y
yo creo que si me dieran a elegir una espalda pequeña con el costo de ser una
niña quieta, yo volvería a elegir mis alas, mis brazos, trepar tan alto como
pueda. No cambiaría
el placer que me da volar, sujetarme, elevarme, avanzar contra el viento en dos
ruedas. Sentirme fuerte y libre vale más que el estereotipo que la sociedad me
impone.
Los monstruos siempre están al acecho, pero
les apuesto a que les gano una pulseada. Yo elegí volar, como Gokú y pedalear como El Ché, andar haciéndole preguntas al mundo y revolucionarlo, maravillas que las "princesas" ni siquiera pueden soñar.
(Imagen: Antiprincesas/Chirimbote)