miércoles, 29 de marzo de 2017

La espalda de una señorita


“Había una vez una niña muy valiente, era la que trepaba más alto los árboles, la única que se atrevía a salir cuando hasta las estrellas se ocultaban y la que hacía las preguntas más difíciles...Porque para ser valiente no basta con actuar distinto, también hay que pensar diferente.”
Vi esta frase en un dibujo de Chirimbote, me emocionó y me hizo recordar algunas cosas de mi infancia. Venía pensando en algo al respecto,  contradicciones  que he tenido a lo largo de mi vida y que surgen aún hoy en lo que refiere a lo que me gusta, lo que me hace bien y lo que se supone que “debo ser y hacer”.
Cuando era niña me encantaba trepar, trepaba árboles, paredones, pasamanos, cordeles, etc. Tenía mucha fuerza en los brazos, tenía marcados los músculos cuando apenas tenía 8 años, al pasar el tiempo  ganaba las pulseadas a todos los niños del grado, incluso a niños más grandes. Nunca faltaba quien me tildara de “machona” por mis cualidades de trepadora y esa fuerza que torcía  brazos. Está habilidad tuvo su repercusión en mi aspecto físico, mi espalda se ensanchó más de lo que en “una señorita normal”.
En mi pubertad y adolescencia fui jugadora de vóley, mi estatura es baja por lo que era líbero (la que recibe los pelotazos al fondo). Me gustaba ese lugar, el ardor de la pelota quemando mis antebrazos, los cuales se deformaron, en el brazo derecho mi músculo se hizo una bola más dura que una roca, que tardó años en volver a la normalidad.
Cada día la ropa, la publicidad y los hombres me hacen darme cuenta de que mi espalda es más grande de lo que se espera, algunos parecen intimidados al respecto. Otras personas parecen sorprendidas y a veces no sé si es un alago o algo despectivo: “¡Qué espalda!”, “¿Por qué tenés la espalda así?”
Luego de unos años sin actividad física comencé con la acrobacia aérea, por un momento pensé que ya era grande para empezar con algo nuevo, pero esas ganas de trepar seguían intactas, no era tan nuevo después de todo. Mi espalda sigue siendo ancha y mis brazos fuertes, mis piernas también lo son, ellas me han llevado a recorrer caminos en bicicleta sola, ahí donde solo hay estrellas u oscuridad, al bosque, a las montañas.
 Estoy muy lejos de parecerme a Alexa Moreno, la admirable gimnasta mexicana de 22 años que fue criticada en los juegos olímpicos de Río por su aspecto físico, a pesar de ser una genia en su disciplina. Sin embargo siempre pienso en ella, lo que le molesta a la sociedad no es solo que una mujer salga de la norma, sino que una mujer elija salirse. Y yo creo que si me dieran a elegir una espalda pequeña con el costo de ser una niña quieta, yo volvería a elegir mis alas, mis brazos, trepar tan alto como pueda. No cambiaría el placer que me da volar, sujetarme, elevarme, avanzar contra el viento en dos ruedas. Sentirme fuerte y libre vale más que el estereotipo que la sociedad me impone.
Los monstruos siempre están al acecho, pero les apuesto a que les gano una pulseada. Yo elegí volar, como Gokú y pedalear como El Ché,  andar haciéndole preguntas al mundo y revolucionarlo, maravillas que las "princesas" ni siquiera pueden soñar.
(Imagen: Antiprincesas/Chirimbote)