El aroma de muchos óleos, muchas hierbas a ver si así tus pulmones se abren, a ver si
así el inconsciente quiere fluir.
Y cuántas veces es la vida y los fantasmas cotidianos y
cuántas otras el mundo y el feroz sistema que nos destruye. Y es que en
realidad es difícil separar.
Si la rabia te comprime el pecho por ver tanta injusticia,
por sentirla como si te pasara a vos, porque supimos construir sensibilidad, porque
así nos encarnamos en el cuerpo hermano, en el cuerpo de la tierra. Si el
sentido común se fue tan lejos a mirar la tv y como robots repiten el discurso
opresor mientras nos siguen reprimiendo,
secuestrando, torturando, asesinando, desapareciendo.
Si a la paloma de la paz la bajaron de un hondazo y nadie la
lloró, si las balas que masacran estudiantes y maestros en toda latinoamérica te
perforan la aorta, si luchas por ver el cielo con los ojos de una niña palestina
entre los escombros, si nadás con los bracitos de un Aylan Kurdi mientras el
inmenso mar te llena el cuerpo de sal. ¿Cómo no morir cada día?, ¿cómo no
quebrarse entre la rutina?
Si algunos se atreven a decir que la naturaleza no es sabia,
si algunos monstruos se ponen a fabricar semillas para llenarse los bolsillos,
si con los dedos de las manos podés contar a los dueños de tu alimentación y de
tus enfermedades. Si la colonización sigue siendo fuerte de la mano de mineras
y petroleras extranjeras que nos dejan grandes huecos en el alma. ¿Cómo no
sentirnos envenenados y ultrajados?
Estas preguntas protocolares de la mañana, cuando te sentás
en la cama y necesitás el sol, encuentran respuestas cuando pensás en las
personas que no conocés y en las que por suerte o elección si, esas que sabés que se le dilataron las venas y la sangre les
llenó los ojos, que suspiraron repetidas veces y que aún así decidieron
levantarse ayer, hoy y mañana ante la adversidad.
Y es que como dicen por ahí “quisieron enterrarnos pero no sabían que
éramos semillas”, es así. Vamos a florecer en los caminos, en los mares, en
las selvas, en los bosques y desiertos. Mientras nos levantamos al menos a leer
un libro, a oler palo santo, a esquivar fantasmas con acrobacias, a jugar con tierra, a darle semillas a nuestro
cuerpo para que nos crezcan las raíces, para que nos broten las ideas y para
que nuestras ramas puedan abrazar a quienes creen en nuestras fuerzas para seguir
creciendo, a los que nos abonan la “utopía” y nos dan una cuota de oxígeno para
sobrevivir, para sembrar y luchar.
A David, mi psicólogo, gracias.