A mi psicólogo en su día.
“Respirá profundo, así fluye el
inconsciente”, habilita él apenas me siento, a veces cansada de pedalear, otras
veces cansada de mambos y otras veces de ambas cosas. Ahí abro yo la jaula de
mis fantasmas, ahí desarrollamos tácticas y estrategias de tiro al blanco a los
temibles monstruos. Pero si algo me enseñó él es que para darles justo se
necesita tiempo.
“El deseo es el deseo del otro”
vuelve a decirme cada tanto, algo que nunca sé si definitivamente logro
entender. “Cada tanto” es cuando me meto en problemas, hombres me significa generalmente
problemas. Yo largo el rollo en cuotas, aunque él desde mi segunda palabra ya saca la ficha. Y
aunque él sea hombre, me ayuda a encontrar la fortaleza de una mujer convencida
de que las cosas no deberían ser como son, pero que entiende que todo se
construye, inclusive la propia realidad.
Él me ayuda a desenrollar el
alambre de púas en el que mi masoquismo emocional me enrieda, yo trato de
juntarlo ordenadamente, aunque no sea lo mío, casi siempre termino pinchándome
y lastimándome con sus espinas. Pero ahí está él para decirme “como decía Marx
el movimiento es contradicción” y explicarme que me pasan esas cosas porque me
muevo intentando avanzar, seguir, sacarme el alambre, llegar al centro
laberíntico de las púas y encontrar el tesoro.
“Del pecado concebida” dice y
sonríe. ¡Qué difícil! pienso yo, son siglos y siglos de opresión hacia mujeres.
Más novela familiar, muchas mujeres, secretos, dolor, humillación, mandatos y
enfermedades. Y la infaltable CULPA, qué
difícil desandar eso y recuperar el deseo. Pero también pienso en cambiar el mundo de raíz, en destruir el capitalismo y el patriarcado, etc. Tareas
nada fáciles nos dirá la historia regada de sangre de aquellas y aquellos que
lo intentaron y que lo intentan hoy. Y como la historia es la historia de la
lucha de clases y así mismo la historia personal es parte de la historia de
aquellos que nos engendraron en las raíces de las hojas que somos hoy, de la lucha interior entre todo lo que no
queremos de esa historia que nos fluye en las venas y en impensados gestos
contra lo que pensamos que nos gustaría ser y hacer, se trata de construir, deconstruir y reconstruir.
Cambiar el mundo y cambiar tu
mundo. Así me ayudó a entenderlo él. Pero como el tiempo me apresura, en esos
intentos a veces me equivoco, y con acciones impulsivas me inmolo, otras veces me tienta el foquismo, voy y muero románticamente en soledad, algo a mi
masoquismo victimizante le encanta.
Él trata de traerme a las tareas previas, a las tareas en
tiempos de pasividad de las que habla Lenin, a veces toma a Trotsky para ver si
me convence más de construirme como dirigente del vapor de mi propia caldera, así no terminan mis ganas y mis ideas dispersas en la entropía de mi universo y yo ahogada en el caos.
Lo que él sabe, no lo sabe solo de la pila de libros de sus bibliotecas, él también ha sacado conclusiones de sus
propias vivencias.
Y a mí me gusta escuchar, porque me siento orgullosa de que mi psicólogo no sea
“mudo”, que me cuente historias lejanas y no tanto, de luchas populares, de trabajos complicados, de
fábricas tomadas y de facultades tomadas, de errores y de aciertos. Sus historias de libros también me
gustan, me llevan a autores, libros, textos de lo más diversos. Y esas
cosas me llevan a pensarme de diferente manera, soy la mujer castrada, soy la dialéctica, soy un Cronopio disfrazada de Fama, que no pierde las Esperanzas.
Él es un lector, que lee donde soy
lo que no pienso, me ayuda a que lea eso también para que piense si quiero
seguir escribiendo lo mismo o quiero dibujar los trazos de la canción más
hermosa y bailarla hasta caer. Para volver a levantarme, seguir danzando y construyendo un camino que
si tiene piedras que sean preciosas, que si tiene obstáculos que sirvan para la
barricada, que si tiene bombas que sean las que tire para combatir a quién me
quiera hacer de amo.
Y yo trato de hacer mi parte,
pero no puedo dejar de reconocer su trabajo durante este último año.
Gracias al psicólogo y luchador
que me abre la puerta cada semana, por su compromiso, su escucha y sus historias.