De un soplido te vas sin irte. No
podías irte de otra manera, trágicamente como los poetas. No podés irte, no hay
extinción para vos, eterno, como los poetas, permanente como la revolución. Sin
embargo el cuerpo se desvanece, la última bocanada de aire se va absurdamente y
el vacío que dejás se llena de historias, de imágenes, de sentires, quedamos
nosotros que nos encontramos en cualquier minuto del día en la tonta búsqueda
de tu presencia, de algún diminuto átomo que hayas dejado dando vueltas, de un
trozo de arte, de unos segundos oníricos que nos digan que estás acá.
Siempre tenemos la excusa
para verte, para recordarte, cualquier cosa, lo que sea, porque en la sencillez
te encontramos, en la admiración de la complejidad de lo simple que nos arranca
una sonrisa o una lágrima. En un colectivo por la ruta, en el pájaro que vuela, en la poesía de cada día, en
un cuadro, en un árbol o cualquier
paisaje que nos trae tu “indomable verde”, en el pan y en el fuego, hasta en
los microscópicos hongos del mundo, en los mudos títeres, en el cielo y en los pizarrones.
Antes de conocerte ya pensaba en
la vida y en la muerte, pero no de las personas sino de los vínculos y los
procesos, la muerte siempre es un golpe. Un golpe seco y traicionero, que nos
desgarra el alma y nos paraliza el tiempo. La vida está llena de ilusiones y el
por venir de una ilusión es un abismo, aprendemos a volar o caemos
profundamente. Caer sería fallarle a tu verdadero regalo de libertad, a tu real
grito de amor, a la concreta creatividad de tus manos y a tu brillante ser.
Me pregunto cada tanto ¿Para qué
el fuego, las manos, las herramientas, el amor, las palabras, las fórmulas,
para qué las letras si todo fuera tan efímero? ¿Cómo es la cuadratura de un
círculo? ¿Cómo construimos el mundo sin dialéctica? ¿Qué seríamos sin
contradicciones? Muerte.
Las contradicciones quedan para
nosotros. Y lo efímero está lejos de vos, una frase que leí por ahí dice que un
maestro trabaja para la eternidad porque nunca se sabe en dónde acabará su
influencia, y es así. Acá queda para siempre tu bandera flameante brillando de
rojo, tu cara temblando de fascinación por el mundo, los graffitis del Cordobazo
grabados en tu entusiasmo, las dichosas letras que nos regalaste a todos, los
caminos compartidos, las calles, los botes para navegar en el universo de mil
historias, las capturas del obturador de tus ojos de asombro, tu sangre de
vencedor, tus clases en la rural Pampa, la madera de tu corazón tallada y
humedecida por nuestro llanto.
Te extrañaran las aulas, te añorarán
tus camaradas, te anhelarán cientos de libros que ya no leerás, te recordarán
los corazones que robaste sin querer y las pieles que acariciaste, echará de
menos la pachamama a quien la preña de vida, te llorarán tu padres y tus
hermanos, te regresarán tus amigos en cada anécdota, te abrazará la causa
revolucionaria como vos a ella. Porque tu vida fue intensa y en la huerta de
tus campos sembraste amor y rebeldía y si “la próxima estación es primavera”
queremos verte ahí.
Todo esto que nos queda hará revivir
de mil formas tus sudadas manos por
cambiar el mundo. Porque si de algo sabemos los marxistas es de transformar, si
de algo estamos seguros es de que la vida es hermosa, como decía el viejo
Trotsky, por ella vamos a pelear. Con la consciencia a flor piel pero soñando
que andás de viaje sin mochila, porque
todo lo diste, que estás zapando versos
entre grandes, pensando que las “Habladurías del mundo” no pueden atraparte. Que andás renegando por la derrota de la
partida, desafiando a la parca con alguna nueva estrategia para el jaque mate.
Y nosotros acá riendo y llorando mientras pateamos el tablero y nos desgarramos
la garganta gritando tu nombre. Estás en todas las cosas, como la poesía, como los poetas.
¡Franco Martínez Presente!