Volví por la necesidad de
imaginar más, un poco más y navegar en la rutina que me ahoga. El H en un
momento dice algo de Girondo, pero no me puedo acordar qué, algo de la
racionalidad. No me acuerdo porque en ese momento yo me puse a pensar que yo
estaba leyendo a Girondo el día anterior. Lo mismo me pasó una vez hace más o
menos un año, en el que yo había leído algo de Mariátegui por el aniversario de
su muerte y fui al sillón de David no sé con qué mambo y él me largó una frase
de Mariátegui que no escuché por estar pensando más en la casualidad que en el contenido.
Entonces esa obra de arte de la
oreja pintada sobre la cabeza del licenciado escuchador me viene a la cabeza
junto con la frase que dice que no sé cuánto porcentaje de comprensión u
observación en nuestro inconsciente es al
entorno que nos rodea más que a lo que hacemos y vemos alrededor
conscientemente.
Yo escucho, me gusta, pero también
tengo una gran facilidad para aturdirme y ahí ya no quiero escuchar nada y
pienso que la soledad es lo mejor que me puede pasar. Bueno, vuelvo, me gusta
escuchar así que tuve la suerte de llegar a la escuela de cuentacuentos un día en que había tarea, la tarea
de contar (no, números no, cuentos tampoco por hoy) una historia y cómo me gustan las historias de la
gente. Contaron varias, mujeres, éramos mayoría como siempre, y tenemos tantas
historias para contar como gametas en los ovarios antes de nacer, es más creo
que cada ovocito es una historia aunque muera.
Muerte, eso me recuerda que el lacaniano me
mandó una cita de una junguiana, la que corre con los lobos, era algo de saber
distinguir constantemente entre lo que debe morir y lo que debe vivir en nosotras
y dejar que así sea. Y ahí me emocioné porque otra vez me encapsuló la
casualidad, la casualidad de que esa misma frase me impactó cuando la leí por primera
vez y luego quise mandársela a Alicia
para su cumpleaños y no la encontré en el libro. Bueno, yo pensé en esa frase,
la pienso todo el tiempo, pero al parecer no me hizo el "click" cognitivo, porque
entiendo pero no tengo “comprensión espiritual” para ser políticamente correcta
conmigo misma y hacer lo que tengo que hacer porque siento que así tiene que
ser cuando debe ser.
Ellas fueron hablando, siempre
historias donde el amor es parte, historias de otras mujeres, trabajadoras,
aguerridas que enfrentan la hostilidad machista dónde sea que les toque nacer,
historias de colectivos, de amores secretos que se confiesan en momentos de
casualidad donde la vida los vuelve a encontrar, aunque se haya ido casi la
vida entera, se encuentran para decirle a ella que “es como una flor de campo, porque aunque
nadie la riegue se conserva hermosa”. Otra sobre una abuela, las historias de
abuelas casi siempre siempre implican amor. Y ahí me emocioné mucho, tanto como
esa niña de 15 años con un vestido hermoso por la que los chicos hacían fila para danzar y poner sus manos en su espalda aunque sea esa noche y nada más,
esa niña que entra por primera vez al teatro Colón y muchas décadas más tarde
le cuenta esa historia a su nieta, a la que no reconoce, con el mismo inmutable brillo en sus ojos,
el brillo que el Alzehimer no logró apagar.
Y cada historia me emocionó,
porque soy muy sensible, porque amo conmoverme con cosas
sencillas y complejas, esa cosa dialéctica, contradictoria como la voz de las
mujeres, como una telaraña que la alimaña tejió sin pensar, como el aroma de un
mandarino y como dibujo de una niña que se vuelven arte para mi. Digo arte y pienso cómo puede ser
tan desgarradoramente hermoso, pero como estoy estudiando para la facultad ya
sé porqué, más vale que las neuronas espejos tiene algo que ver, algo que ver y
sentir… y ahora les digo con una voz de intelectual lo siguiente: “El arte
busca una “comunicación intersubjetiva” que implica motivaciones y emociones en
armonía con la razón. La “empatía estética” se explicaría sobre la base de una
“imitación interior”, que toma un lugar en mi conciencia solamente para el
objeto observado, en este caso una obra de arte, y la reacción que tenemos ante
ella, la imitación estética. (…)Este mecanismo de simulación motor junto con la
respuesta emocional que evoca es crucial para la experiencia estética de
observación de obras de arte: incluso una imagen estática pero animada en una
obra evoca una simulación en el cerebro del observador de esa obra y esta
simulación es más evidente cuando también hay sensaciones y emociones.” Lo mismo ocurre con la escucha y la vista cuando se contempla un poema, un escrito, una película, una canción, la música, es igual pero diferente.
Y ahí pienso otra vez en Girondo que ayer me dijo que solo
se puede vivir mirando desde lo sublime, sublimando y de la sublimidad. Es que
las pequeñas cosas son tan grandes en realidad que me estremecen el estómago. Y
leo de causalidad que Oliverio
dice “abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la
camiseta, inundar las veredas y los paseos y salvarnos a nados de nuestro
llanto.” Dice en una parte “asistir a los cursos de antropología llorando” eso me
recuerda al concepto de extrañamiento y sus técnicas practicadas por los antropólogos para sus
investigaciones, es un buen ejercicio porque así te liberas, te reís del colectivo que se
te pasó, de la calle con barro, del adoquín suelto, del viento que no te deja
caminar, de las preguntas inocentes de los niños y niñas, te extrañas para hacerte el mayor espectador de historias ajenas y
propias, llenas de cotidianidad y tan corrientes que se vuelven
extraordinarias.
Yo fuí por las voces, por las historias comunes de las personas, porque quiero transmitir las locuras del mundo, por la sencillez de un escarabajo y porque una aprende a ser “flor de campo” y a hacer de esa su filosofía de vida para conservarse al menos viviente, aunque ansíe unas gotas sublimes de lluvia de vez en cuando.